A diferencia del chico que tenía leucemia en la película de ayer. Para amar a su padre le bastaba sentir su colonia y el crujir de los peldaños al subir la escalera; cuando tarde, noche tras noche y de vuelta a casa, se acercaba al cuarto de su hijo.
Por un ratito charlaban sobre lo original de ciertos diseños arquitectónicos. Tema que fascinaba al niño.
La literalidad de padre ausente en fechas claves -o el intento desesperado y fallido de héroe a última hora- no pudo contra la religiosidad nocturna de su colonia. Ni la música de la escalera
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