y entrecomillo no
porque dude sino, porque la libertad es una palabra
tan hueca como aquellas muñecas sin vísceras ni réplica humana por
dentro. Solía enroscar sus cabezas de goma cuando se soltaban.
La vez que mi madre me lanzó una de las más queridas por
los aires, la cabeza, sin embargo, permaneció en su sitio. Recuerdo haberla
recogido del suelo con el dolor de quien espera lo peor.
Afortunadamente, la realidad me despertó de una pesadilla fantástica
donde la muñeca era mi bebé de carne y hueso hecho trizas por la
rabia de una abuela. Ni siquiera recuerdo por qué lo hizo. Debo
haberla contrariado o simplemente, me atravesé en esa frase que leí hace unos días en uno de los cuentos del texto, Los buenos deseos, de Yiyun Li: “ser mujer ya es una enfermedad”.
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