Para mí tiene que ver con
esa necesidad de conexión afectiva.
Se me ocurre de pronto que -más
allá de una atmósfera cultural propiciando dólares, donde los amigos quieren
venderte algo, sin pasar por el reencuentro primero de tantos años o
cierta distancia desde la última vez -esta necesidad de conexión
afectiva produce al mismo tiempo su propia resistencia. Es decir, el miedo a sufrir en la entrega. Por tanto, qué mejor ladrido para espantar un afecto que el interés comercial.
Reconozco
también que este tipo de interés está tan ovacionado en el globo terráqueo que termina por contaminar cualquier relación, sobre todo, la afectiva