5/5/14

teatro

nada soy de los personajes exactos, como nadie es un traje exacto del centímetro, pero me identifico menos con Encarnación. Más allá de que ésta se dedique a las labores del hogar, a la crianza de los hijos y a apoyar a su marido en la lucha de clases laboral, el temperamento desprendido, sencillo y seguro de Encarnación en nada se parece al recorrido frustrado de mi sangre. Tampoco me identifico con la tullida ya que la mudez de sus pies no corresponde al verbo de esos pasos que la llevaron a un enfrentamiento fatal y materialmente desnivelado: pólvora sobre palabras.
Con el único que encuentro un parecido intenso, a pesar de disfrazarme de lo contrario, es con el de la maestra; no por lo pedagócico, sino por vivir en el temor de no romper la regla y de respirar un poco menos para permitir a los directores asfixiarme un poco más. Sin embargo, a diferencia de su hermana, la tullida, la maestra, tal vez a su pesar, conservó la vida hasta el final de la obra.

Y cómo me cuesta aceptar que lo más importante de esta oportunidad, son los Elementos;
con su gramática de verbos, incluido "descansar"
donde tomar agua y salitre es un oasis del paso
para seguir recorriendo rostros elementales
de un giro indetenible.

En un mundo de sordos con lenguas largas y espejos rotos
es difícil encontrar algo más que cuchillos con dientes de perro
regados por el suelo
¿Recoger y sembrar los vidrios, como aquélla, la tullida, para una primavera de copas?
¿Dejar de beber en totuma?
Aunque no sé por qué teníamos que beber en otro vaso 
si en ella bastaba 
para colgar 
la sed

de no haber tenido ensayo me hubiera quedado en casa,
por suerte tuve
y se convirtió en una voz resuelta
a decir los sentidos